Hace unos días conocí en Costa Rica a chavas increíbles que viven con el VIH en una reunión llamada Diálogo de Alto Nivel de Mujeres con VIH organizado por la Comunidad Internacional para Mujeres viviendo con VIH (ICW). Hablemos de sus experiencias. Son jóvenes y alegres. Contrajeron el virus por sus parejas, por abuso sexual o por transmisión vertical, es decir, cuando la madre se lo transmite al niño o niña durante el parto.
Escucharlas me hizo cuestionarme. Cuando una persona tiene 15, 16 o 20 años, empieza a descubrir el mundo, su cuerpo, al otro o la otra. A esa edad muchas no sabemos cómo o qué nos gusta en el sexo, cómo no embarazarnos o cómo podemos prevenir una enfermedad de transmisión sexual. (Sorpresa, muchos adultos tampoco).
Si a esas primeras experiencias le sumamos las siglas VIH, el mundo se ve distinto.
Anahí Alvarenga, de 20 años, nació en Paraguay y cuando apenas tenía 13 fue diagnosticada con VIH por un abuso sexual. “Hace seis 6 años que vivo con el diagnóstico”, relata. “(Ahora) soy muy feliz. Estoy muy bien. Ya me ves”, cuenta mientras ríe.
O muy feliz y muy bien en ese momento. Como Mariana Iácono nos contó ayer en Volcánica, la vida de las personas con VIH desde muy jóvenes (en ella habita desde que tenía 19 años, hace 15 años el lunes), tienen momentos de felicidad y tristeza como todos, sólo que más intensos.
Muchas jóvenes como Mariana o como Anahí estudian, trabajan , tienen pareja, son voluntarias, se entregan al mundo pero cuando hablan de su vida sexual y del placer, todo se complica.
Casi nadie sabe que al tomar los medicamentos el “nivel” de VIH en la sangre disminuye y se convierte en una “carga indetectable”. Según la revista Science Now, de Onusida, una persona con VIH que toma sus medicamentos durante 6 meses puede tener sexo oral y genital, con o sin condón, porque indetectable es igual a intransmisible.
Pero explicar que vivir con VIH no es lo mismo que tener Sida se vuelve una carga, que a ellas les toca asumir con pesar.
Para Cintia Gerez, argentina de 25 años que vive con el virus desde hace un poco más de un año, “no hay placer para la mujer que vive con VIH”. Y eso duele. Es doloroso, porque las y los jóvenes no saben diferenciar VIH de Sida, cómo protegerse o cómo lidiar con esto y los adultos tampoco. Es común confundirlos aunque no sean lo mismo.
¿Qué se siente tener que repetirle a tus parejas que todo va a estar bien, todas las veces? La autoestima de cualquiera se lastimaría cuando en cada encuentro hay más preocupación, miedo y prejuicios que placer.
Nadie pide tener VIH, pero a cualquier de nosotras le puede pasar. Tal vez por un encuentro, un abuso sexual, una pareja promiscua, una mala práctica médica o una adicción. Necesitamos crear una comunidad donde las mujeres y los hombres estemos informados y podamos construir relaciones plenas, porque a veces olvidamos que el derecho al placer y a la salud son los mismos para todas y todos.
Necesitamos acercarnos y escuchar las historias de estas chavas para entenderlas. Crear una comunidad donde exista educación al respecto, con clínicas especializadas en adolescentes y atención integral una vez adquieren el virus, con estudios que nos digan cómo se sienten y qué piensan. Donde les demos la bienvenida a la vida adulta, donde nos sintamos cerca y las (nos) acompañemos. Como amigas, como hermanas.
Desde que las conocí no dejo de pensar, ¿y si me hubiera pasado a mí?